Gustav Mahler

La Novia del viento

Gustav Mahler no fue el único en quien Alma despertó pasiones y para quien fue una especie de catalizadora de la creatividad. Tomas Mann, Gustav Klimt, Walter Gropius, Oscar Kokoschka y muchos otros fueron seducidos por su personalidad y belleza.

Con este último tuvo una breve e intensa relación que comenzó unos meses después de la muerte de Mahler en 1911 y quedó plasmada en la célebre pintura La novia del viento o La tempestad. Realizada entre 1913 y 1914, la obra refleja el momento de mayor equilibrio en esta tormentosa relación llena de locura, celos y peleas entre una extrovertida dama de la alta sociedad vienesa y un bohemio antisocial y taciturno. Los amantes parecen flotar a la deriva, rodeados por agua y cielo, ella durmiendo tranquila sobre su pecho, él insomne, con la mirada perdida en la nada.

Alma del viento

Esta pasión rozaba con una locura desmedida. “Nunca había probado tanto infierno, tanto paraíso”, escribió Alma en su diario. En 1912, cuando quedó embarazada y se hizo un aborto, Kokoschka recogió un pedazo de gasa ensangrentada y la guardó como una reliquia: “Este es mi único hijo y siempre lo será”.

Temerosa de las funestas consecuencias a que podía llegar la relación, Alma rompió con el pintor en 1915. Para poder olvidarla, Kokoschka se alistó en el ejército; pero ni los horrores de la guerra, ni las graves heridas físicas que sufrió lograron borrarla de su memoria.  A su regreso de la Primera Guerra Mundial le encargó a Hermine Moos, una fabricante alemana de muñecas, una réplica en tamaño real de su amada Alma. Tras casi un año de espera y de numerosas cartas con bocetos y detalladas instrucciones sobre detalles anatómicos y materiales a utilizar, la muñeca estaba lista.

Mujer silenciosa

Desde febrero de 1919, la «Mujer Silenciosa», como la bautizó el pintor, se convirtió en su nueva pareja. La llevaba al teatro y a las clases en la Academia de Bellas Artes de Dresde donde era profesor, paseaba con ella en un carruaje, celebraba fiestas en su nombre, le compraba ropa de alta costura e incluso contrató a una doncella para que la vistiese y la atendiese.  También la pintó en varias ocasiones.

La extravagante relación entre Kokoschka y su muñeca terminó durante una velada en casa del artista, quien, cansado ya de ella, decidió organizar una gran fiesta con la orquesta de cámara de la Ópera de Dresde, champán y trajes de gala. En medio de la celebración, rompió una botella de vino tinto sobre la muñeca y luego la decapitó.

Unos vecinos lo vieron por la ventana y llamaron a la policía pensando que se trataba de un asesinato real. Así que la policía acudió a la casa esperando encontrar un cadáver, pero solo encontró a una muñeca sin cabeza y su dueño borracho.  Al día siguiente alguien se llevó los restos de aquella muñeca, tal vez para convertirse en su nuevo dueño, tal vez para quedarse con aquel precioso vestido azul que llevaba puesto.

Esta fue la última vez que se vio a la Mujer Silenciosa. Solo quedan historias tras la Historia.

Por Elena Litvinenko de Vásquez

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